La Hna. Laura, apóstol de los «Enfermos misioneros»
Hoy quiero presentarles a una mujer a la que admiro profundamente. Es la Hna. Laura Fernández, de las Misioneras de Nuestra Señora de África, las llamadas Hermanas Blancas. Nació hace noventa y dos años en Oviedo y, desde su regreso de África, vive en una residencia de ancianos en Alcalá de Henares.
La Hna. Laura pasó catorce años de su juventud intuyendo que tenía vocación, pero sin encontrar el lugar al que el Señor le llamaba. Como parecía que nada se abría por ese camino, comenzó una relación con un joven con vistas al matrimonio. Y fue precisamente entonces, cuando ya había renunciado a la vida religiosa y estaba preparando la boda con su prometido, cuando conoció a las Hermanas Blancas. Conocerlas y comprender que había encontrado su lugar fue todo una. Tenía treinta años y su familia ya no se lo esperaba, pero su padre, que debía ser hombre de profunda fe, le dijo: «Yo quería otra cosa para ti, pero después de tanto tiempo buscando, cuando por fin lo encuentras… ve».
Se formó, sucesivamente, en Canadá, Suiza e Inglaterra y tuvo que aprender inglés y francés. Apenas terminó la formación fue destinada a Malawi. Tenía ya cuarenta años, pero se entregó con entusiasmo a aprender dos de los más importantes dialectos locales. Fueron veinticinco años maravillosos, «los mejores de mi vida», afirma. Le cogió la guerra y se encontró ella sola atendiendo un campo donde se acumulaban miles de refugiados que carecían de todo. «El Señor ha sido tan bueno conmigo», repite. Y se calla tantos sacrificios, tanta pobreza, tantos actos de amor con los que jalonaba cada jornada en África. Ella se calla, pero su mirada, luminosa y serena, me cuenta muchas cosas. Observo cómo habla, cómo se mueve, cómo está pendiente de todo y de todos, con un ejemplar espíritu de servicio que conmueve aún más cuando recuerdas que tiene noventa y dos años.
Sé que misioneras como ella hay muchas, gracias a Dios, pero la Hna. Laura se ha ganado un puesto en este blog por méritos especiales. Hace tiempo que me pidió que le enviara trípticos de «Enfermos misioneros» para su residencia. Cuando alguna vez se me olvidaba, me lo reprochaba dulcemente. Cada dos meses le llega el paquetito de treinta trípticos que ella, con delicadeza y diligencia, va repartiéndolos a los ancianos con los que convive. Aprovecha para hablar con ellos, para hablarles de Dios, para consolarles, para darles buenos consejos. La Hna. Laura sigue siendo misionera. Ha cambiado el escenario, pero no su corazón, no su vocación.