Una capilla de adoración en el rincón más oscuro de Guayaquil
Hace unos meses, misioneras de las Siervas del Hogar de la Madre en Guayaquil se dirigían, como cada mañana a su labor de evangelización en los barrios de invasión que rodean la ciudad. Unas fueron hacia los comedores infantiles y otras llegaron hasta el colegio de la Consolata, donde estudian más de mil niños pobres. Al entrar en el centro se encontraron con los profesores conmocionados y los más de mil alumnos en estado de pánico. Contra los muros del colegio habían encontrado esa mañana una bolsa de basura. Dentro estaban los miembros descuartizados de un joven de diecinueve años. Hasta le habían sacado el corazón. Era una venganza entre bandas y un aviso para los enemigos. El crimen era tan horrible que las hermanas volvieron a casa destrozadas. Después de años trabajando en estos peligrosos barrios, llevaban meses viendo cómo aumentaba, día tras día, la violencia entre las bandas de narcotraficantes. Se sentían impotentes frente a tanta maldad.
En esos barrios, las hermanas sostienen cuatro comedores infantiles donde cada día acuden quinientos niños. En los comedores comen a diario –a veces es su única comida al día–, pero también tienen clases de apoyo para ayudarles en los estudios y, lo más importante, tienen la oportunidad de conocer a Jesús, de conocer el amor que muchas veces no tienen en su entorno familiar y social. Pero en la misma calle donde está el comedor más grande, eran cada vez más frecuentes los asesinatos, las «balaseras», los secuestros…
Las hermanas rezaron intensamente pidiendo al Señor una luz. ¿Cómo hacer frente a tanto mal? ¿Qué más podían hacer? El Señor habló a sus corazones y les invitó a poner en marcha un proyecto que parecía una locura: una capilla de adoración permanente en el barrio del Fortín que sería como un trono para el Amor Eucarístico de Jesús en el reino de oscuridad en que se había convertido ese barrio.
Hablaron con el párroco que apoyó el proyecto de todo corazón. Consiguieron la financiación suficiente para levantar una pequeña capilla, sencilla, pero muy bonita, porque la belleza educa también al alma y la prepara para el encuentro con Dios. Dividieron el espacio en dos zonas, separadas con un cristal blindado que protege a Jesús Eucaristía por si alguien entrara con malas intenciones. Antes de abrir la capilla, ya estaban llenos los turnos con los voluntarios que las ayudan a servir a los niños, con algunos familiares de los niños, con adultos que han encontrado al Señor a través de esta pequeña misión y con los mismos niños, que cada día le piden a Jesús que en su barrio reine el amor.
Al cabo de unos meses de apertura, le preguntamos a las hermanas cómo iba el proyecto. Nos contaron con asombro y con inmenso agradecimiento que, desde que se abrió la capilla, en esa calle no había vuelto a haber una «balasera», ni un secuestro, ni un asesinato.
El barrio sigue siendo muy peligroso, pero un rayo de esperanza ilumina la misión. La obra es suya, es Jesús quien enseña el camino del amor a quien se acerca a Él. Nosotros lo que tenemos que hacer es lo que pide el lema del Domund de este año «Id e invitad a todos al banquete». Cerca de Jesús Eucaristía los corazones comienzan a cambiar.