Corazones misioneros en Daganzo: ¿Qué ganan los misioneros con esto?
Los días 18 y 19 de enero teníamos testimonio misionero en el CEIP Ángel Berzal Fernández de Daganzo. Nos esperaba Mar, una profe de reli estupenda y una gran educadora. Tuvimos unas conversaciones preciosas, profundas y conmovedoras con los alumnos de 4º, 5º y 6º. Les hablamos de las experiencias vividas por nuestros misioneros en el Puyo, en el Oriente ecuatoriano.
Para poder llegar hasta las pequeñas comunidades de indios shuar que se reparten por la selva, los misioneros deben caminar horas por caminos de barro donde las botas se hunden hasta las rodillas. Cada paso supone un esfuerzo inmenso. Y tienen que cruzar ríos que son afluentes del Amazonas. Algunos pueden cruzarse sobre las piedras, otros con la ayuda cables… otros hay que vadearlos a pie, con el agua llegando hasta por encima de la cintura. Y no es precisamente una piscina de agua limpia. Para empezar, la corriente es fuerte. Tan fuerte que las chicas y hermanas del grupo misionero tenían que ser ayudadas por los varones del grupo y por los guías que venían a su encuentro desde las comunidades, para evitar que la corriente las arrastrara. Y el agua está llena de serpientes y otros animales, embarrada… Todo eso sufren los misioneros con tal de que los shuar conozcan a Jesús.
De pronto, uno de los niños levantó la mano y dijo, con voz entrecortada: «Hermana, yo me iría ahora mismo allí para ayudar a esos niños, pero… me dan mucho miedo las serpientes». «Alejandro —le dije—, ¿crees que a las hermanas no les dan miedo las serpientes? Mucho… pero esos niños las esperan para poder conocer a Jesús».
El CEIP Ángel Berzal Fernández es un centro de escolarización preferente de alumnado con necesidades educativas especiales. Cuando dije eso, un niño con TEA, profundamente impresionado por lo que estaba escuchando, preguntó: «¿Y qué ganan los misioneros con esto?». Le respondí: «El amor. Lo que ganan es aprender de Jesús a amar y realizase ellos mismos en el amor».
Se hizo un silencio intenso mientras los ojos de los niños brillaban. Finalmente habían comprendido lo que es un misionero. Y sus corazones querían latir al ritmo del corazón de los misioneros.
Yo tenía muchas historias que contarles y ellos querían escuchar y escuchar, pero la campana sonó interrumpiendo nuestra conversación. Tuvimos que despedirnos. Pere me impresionó. De forma espontánea, los niños se fueron acercando a mí para despedirse con un abrazo, antes de salir del aula. Me lo daban a mí, pero a quien deseaban abrazar era a esos misioneros. A esos campeones del amor.
Pequeños corazones misioneros de Daganzo, rezo por vosotros, para que no os apartéis nunca de Jesús, el que os enseña el camino del amor.
Que Nuestra Madre del Cielo os bendiga.
Las fotos que acompañan este artículo son algunas de las que vieron los niños.
Si, viendo estas imágenes, te animas a hacer una experiencia misionera en Ecuador, escribe a misiones@obispadoalcala.org