Encuentro del P. Carlos Moratilla con la Delegación de Misiones de Alcalá

Encuentro del P. Carlos Moratilla con la Delegación de Misiones de Alcalá

El pasado 13 de mayo de 2025, recibimos con gozo la visita del P. Carlos Moratilla a la Delegación de Misiones de Alcalá de Henares. Le acogieron la secretaria de la Delegación, la Hna. Beatriz Liaño, y tres voluntarias, Adela, Rosa y Elena. Le pedimos al P. Carlos que nos contara sobre su vocación y su experiencia en las misiones. Nos impresionó descubrir que él nunca experimentó vocación misionera, ni su congregación es una congregación misionera. En efecto, la Orden de Clérigos Regulares de Somasca a la que pertenece, fundados por San Jerónimo Emiliani, nació para servir a niños huérfanos y a enfermos. Pero el amor y el servicio a los más necesitados ha ido llevando a estos religiosos hasta los confines de la tierra, impulsados por el ideal que ardía en el corazón de su fundador, al que la Iglesia considera el «patrono universal de los huérfanos y la juventud abandonada» (Pío XI, 1928).

Después de años en la orden y después de haber asumido diversas responsabilidades en España, la comunidad pidió al P. Carlos ir a Mozambique, a ocuparse de la formación de los jóvenes mozambiqueños llamados a su congregación. Cuando llegó se encontró con el choque cultural, tantas cosas que su mentalidad europea y occidental no era capaz de comprender. Pero se dijo: «Poco a poco, con tiempo, iré comprendiendo». Quince años después, entre risas, confiesa que quiere mucho a los mozambiqueños, pero hay muchas cosas que sigue sin comprenderlas. Por eso vive volcado en al formación de los jóvenes mozambiqueños aspirantes al sacerdocio, porque ellos son quienes mejor pueden llevar el anuncio del Evangelio a sus compatriotas.

En Mozambique ha vivido de todo: «He visto milagros. De hecho, estoy vivo por un milagro de Dios». Y nos relata un asalto que tuvo, en el que tres ladrones le ataron de pies y manos mientras registraban la casa en busca de dinero. Su misión es tan pobre que no encontraron nada. El P. Carlos decía: «No me mataron porque alguien estaba rezando por mí, de eso estoy seguro». Terminó su explicación con una confesión que brotó de lo más profundo de su corazón: «No pedí ir a Mozambique y no pediré volver. Hasta que Dios quiera que vuelva allí estaré. Eso sí, si me dicen que vuelva, tampoco voy a resistirme».

Las voluntarias pudieron entregarle un donativo, fruto de su trabajo realizando objetos religiosos que venden en mercadillos y a través de encargos. El P. Carlos lo agradeció de corazón y se despidió pidiéndonos oraciones por él. Cuando la puerta se cerró, alguna voluntaria tenía todavía los ojos llenos de lágrimas, y todas estábamos emocionadas y agradecidas a Dios por haber podido conocer y ayudar a un misionero sencillo y bueno, de corazón humilde y sereno.

De izquierda a derecha: P. Carlos, Rosa, Hna. Beatriz, Elena y Adela.

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